Juventud.

 Le llevó toda una vida entender la naturaleza de su desasosiego; a la edad de 16 años, sentado a la mesa de la cafetería a la que solía ir los sábados con su pareja, maridando el sabor de una aceituna con un vermú blanco, el azul de los ojos de ella que armonizaban la perfección adolescente de su rostro, le arrojó la respuesta fundamental que a partir de ese momento empezó a desplegar sus resultados; el camarero le había atendido con un gesto nuevo, con una sonrisa bobalicona, sin duda le había estado viendo durante toda la semana en la televisión en los numerosos spots por él interpretados que anunciaban una competición deportiva de ámbito mundial que se estaba celebrando en su ciudad; sin duda también lo había identificado en el póster del equipo local junto al resto del equipo en el que figuraban varios de los mejores jugadores de todos los tiempos y al que él pertenecía en su categoría de promesa; él estaba experimentando que todo lo que había trabajado, a gusto, le había conducido hasta ahí y que nada iba a ser distinto a eso y de repente una ola de inmensa decepción le invadió; resulta que había transformado dedicación en virtuosismo deportivo para que personas que no conocía y que apenas entendían la naturaleza de su deporte experimentasen ante él el influjo de la brujería que trasmite exponerse ante la fama. Todas las miradas se volverían hacia él y ya no sería invisible; la mera concepción del pensamiento le aterró. 

El hecho de entender la verdadera naturaleza de la reacción que genera la fama o el poder, su absurda vacuidad, le producía pudor y vergüenza ajena; no estaba preparado para soportar el servilismo con que los demás se oscurecían ante la brillantez; y eso produjo una gran sombra que recorrer. 

- Dices que eres capaz de realizar predicciones. ¿Sabrías decirme cuánto tiempo me queda de vida?

- Sí, pero para decírtelo con exactitud tendría que leer tus vísceras ensangrentadas y no creo que te interese. 

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