Rencarnación

 

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Fue aurora lo que ya es luna en la noche, un cóctel de inseguridades, trampantojo cultural. Amor que no se hizo verbo, sentimiento que se pudrió como la fruta prohibida, todo en sus pepitas que no llegaron a sembrar. Notas liberadas de los barrotes de la partitura que interpretan los tataranietos de esclavos, el jazz. La herencia del sueño americano, el consumo de una deuda, descansa la cabeza en una bici sin ruedas, el café y el somnífero, experto en nicotina, la ansiedad.

No es el dinero lo que mueve el mundo, es el poder. El dinero tiene capacidad de interesar en la medida en que se le atribuya poder, capacidad de controlar lo ajeno. En el pasado el poder solo se ejercía a través de la violencia física, del sometimiento y control hasta la muerte, llegado el caso. En la medida en que los humanos han aumentado sus capacidades intelectuales y modelado sus concepciones culturales el sometimiento al poder se ha podido desplazar hacia ese interés, soslayando la muerte. Sin embargo el ejercicio del poder y sus consecuencias sigue siendo el mismo. En paralelo y al contrario, con el resto de los seres vivos, la violencia física, el sufrimiento causado y la muerte por asesinato, es el común denominador en sus relaciones con los humanos, en su utilización instrumental y cosificada.

El poder es una concepción intelectual, que despliega efectos en la esfera de lo real, pero que depende más de los otros, que lo atribuyen, que del poderoso. El poder se atribuye a alguien. El poderoso, en abstracto, es un paria.

Esta noche él tuvo un sueño. Su desarrollo abordó dos líneas arguméntales cuyo poso de manera inevitable invadía sus procesos cognitivos matinales requiriéndole una reflexión en exclusiva de interpretación de estas experiencias oníricas tan vívidas. En el fondo ambas giraban en torno a lo mismo; las dos principales semillas sembradas en su inconsciencia desde su más primigenia infancia, que como la masa madre que participa en todos los productos horneados con posterioridad, con más evidencia o usando el disfraz de lo subliminal o subyacente, sería la principal fuente de su desdicha, al igual que la de todos sus coetáneos que fueron honrados con una educación similar.

La primera de las tramas discurría en un lugar de vacaciones estivales indeterminado, pero que sin duda compartía equivalencias irrefutables con el paisaje que de niño sus padres le quisieron regalar a él y sus hermanos en inversa correspondencia con el que ellos mismos no pudieron disfrutaren en sus respectivas infancias, y que según todos los manuales de estilo que determinaban los elementos esenciales de la clase media, entendida esta como esa porción de la sociedad que juega a las casitas como si de familias ricas se tratase, implicaba en distintas proporciones naturaleza, comidas familiares compartidas y un discurrir relajado que invitase a caer embriagado en momentos ociosos.

Como ocurre en los sueños, dado que el inconsciente es plenamente consciente de por qué pone y dispone qué y cómo surgen los acontecimientos, de repente la chica, ya mujer, que representó aquella persona sobre la que descansó su ideal de amor platónico de la infancia y adolescencia estaba frente a él y le profesaba un amor incondicional, lo que traducido en términos sensitivos para él significaba unas ganas de vivir y de afrontar todo aquello que él futuro deparase, como el dueño de la patente de cocinar las perdices que solo los verdaderamente felices tienen derecho a comer.

Mientras y en paralelo, como en una trama en la que los protagonistas, o tal vez los guionistas, son espejos que proyectan los reflejos que uno desea ver, se veía a sí mismo en un concesionario de coches adquiriendo el último modelo de un turismo alemán de alta gama.

Elegante y ante dos personas trajeadas, negociaba el precio de la transacción destilando misterio y frases lapidarias, a partes iguales, como solo los que están acostumbrados a jugar en las ligas mayores saben y acudiendo en persona a estas mundanas gestiones, entregan lecciones gratuitas a las que los otros no tendrían acceso si no es por previa invitación.

Una vez montado en su nuevo automóvil y saliendo del concesionario su único pensamiento es conducir hasta reunirse con ella pero ahí es cuando, abrumado por la cantidad de pantallas que mostraban lo que uno ve a través del parabrisas, pero en gráficos pixelados, percibe que el vehículo tiene autonomía propia y sus movimientos no responden a las clásicas órdenes del pedal y el volante; la máquina no sigue sus órdenes, tiene voluntad propia y le lleva por caminos desconocidos o conocidos pero no indicados o deseados.

Él sabe que ella le espera en algún lugar, que inexplicablemente ahora también desconoce, porque ha descubierto que le resulta imposible seguir su rastro, ella se comporta como una partícula elemental en un sistema dinámico sujeto a las reglas de la física cuántica, y como todo sistema sujeto a reglas deterministas, un mayor conocimiento implica el acceso a un nuevo nivel de ignorancia cuya incertidumbre, ya desde la noche de los tiempos, la humanidad sabe que solo el arte y la poesía puede llenar.

 

El tiempo sutura el pasado

Trabaja para alimentar el embudo de su vida.

Solo practica deporte si lo puede registrar en su smart watch

¿Cómo cuantificas la tristeza?

El poder es la capacidad de administrar la solución, sea o no la apropiada.

Somos onda en expansión

Somos la cosecha del ancestro, el padre es adicto a intervenir en la vida del hijo, como el fumador al tabaco.

La vida busca su estado óptimo previo a la reproducción; somos una anomalía, la prolongación consciente de una versión del código.

La consciencia lleva a preguntas, las respuestas llevan a la meditación.

En el pasado solo el futuro interesa.

La inteligencia artificial supuso el advenimiento de la estupidez natural.

La ausencia de guerras, la generación del baby boom y su educación han acelerado el progreso en el conocimiento.

El sesgo siempre está presente en el proceso de selección

El resultado de la evolución natural es un sesgo.

Somos sesgo.

Todo implica selección.

Cuando uno se cree autor de algo pretende su control.

La paternidad

Se sinceraba mintiendo a su incertidumbre. 

Vivimos en la falsa seguridad que brinda ignorar los cambios

El poder siempre discurre en las relaciones, el dominado recurre a conceptos como el amor para dar justificación a su posición gregaria.

Como todo hijo que había crecido en el seno de una familia burguesa acomodada, el acceso a un sistema educativo privado, que en su país se denominaba concertado -término destinado a sufragar la transición de un decadente clero, falto de nuevas vocaciones con las que influir en la sociedad, hacia un sistema seglar y aconfesional pero dentro de la tradición judeocristiana- que sobre el papel se entendía que era superior en términos comparativos a aquel del que disfrutaron sus progenitores y el resto de antecesores, pese a ello el resultado palpable fruto de la misma había consistido en una versión de predecible calidad inferior a los logros de sus padres, pero revestida de toda la burocracia, semántica y retórica que la superioridad intelectual desde la que estos estúpidos vástagos se auto encumbraban, subidos a los aledaños que hacían las veces de bacinilla en los tiestos en los que fuera de ellos acostumbraban mear-.

 

Los seres vivos cuya evolución dentro de la selección natural les llevó a ser, eso que con sobrada displicencia denominamos mascotas, tienen la capacidad de representación abstracta de todo lo que una vida puede deparar a una persona normal que viva en sociedad y por eso, un niño que se crie en compañía de, por ejemplo un perro, disfrutará de un campo de entrenamiento en el que descubrir las respuestas que su organismo produce por medio de la interacción directa con el animal y por la observación de la de este con el entorno, en la que ya sólo a través de la inducción -como en esa prolongación a distancia que representan los hijos-, es uno protagonista o espectador de lo que acontece. Por medio del contacto con ellos experimentamos las emociones y sentimientos que en mayor o menor grado se irán repitiendo a lo largo de nuestra existencia, solo que a diferencia de con los humanos, los perros nunca nos malinterpretan, o dicho de otro modo, no buscan segundas intenciones en las propuestas que les comunicamos, lo que supone  que a pesar de no expresarnos por medio de la palabra, hablamos un leguaje de monosílabos, gestos y miradas, a lo que ellos además añaden su superdotación olfativa e auditiva, que les permite percibir estados de ánimo imperceptibles, a veces hasta para nosotros mismos, en eso que llamamos su sexto sentido. El caso es que los perros extraen, de una persona con una capacidad de empatía normal, los ambivalentes sentimientos de amor y tristeza, como los cuentos tradicionales cuyo hermoso poso nos deja la digestión de una comida agridulce. El perro nos sorprende con su capacidad para la amistad, con su facilidad para el amor, con su inequívoca adhesión a nuestros intereses, sean cuales sean y sin ningún tipo de cuestionamiento. Sus reacciones siempre son las esperables de alguien que tiene hambre, sueño, ganas de jugar o un apuro fisiológico. Nunca se cansan de querer estar a nuestro lado, a pesar de nosotros y de cómo somos. Pero al igual que un libro, una película o una canción, el tiempo en el que dura la lección que significa su paso por la vida es breve, en comparación con el nuestro. La dignidad que regalan desde la sobriedad de sus actos es una de las mejores lecciones que la vida nos da, parece que cuando al dar con ellos un paseo y nuestras miradas se encuentran, ambos renovásemos los votos sellados en ese pasado remoto en el que ambas especies empezamos a colaborar, conscientes de que, a pesar de venir de un tronco común del reino animal, separados ya en cuanto a capacidades sensitivas e intelectuales, nuestra unión augura abundante caza y aventuras con las que proteger mutuamente esta alianza ancestral.

 

Por lo general todo tiende a la coherencia, de hecho, las situaciones en la que pensamos que falta, en realidad se trata de valoraciones realizadas en ausencia de elementos, al menos de uno, necesarios para que el conjunto del relato malinterpretado cobre sentido. Así, cuando atribuimos enfermedades neurológicas a personas, por ejemplo, cuyo comportamiento, sin bien no es carente de todo sentido, al menos no guarda sincronía con el paisaje relacional en el que su vida discurre.

Los atribulados suelen hacer descansar el origen de sus males en la voluntad de otros; les falta consciencia o mera reflexión acerca de que en realidad ellos son en práctica exclusiva los autores y responsables de las reacciones que el entorno les devuelve como respuesta. En definitiva, no hay mejor enseñanza y consejo que el consistente en hacer entender que lo ajeno solo es causa de lo propio en la medida en que sea asumido como tal, o dicho de otro modo, es tu puto problema si eliges quejarte de tu mala suerte, al final del día te darás cuenta de que, además de triste, estás solo y sin nadie a quien apuntar con el dedo acusador.

 

Bueno, siempre se lo puedes anticipar a la novelista gráfica, si es que en los Países Bajos -cómo me cuesta no decir Holanda, sospecho que la nueva nomenclatura tiene un carácter eufemístico, algo relativo a la diversidad o al término sostenible con el que soslayar un pasado esclavista, esas cosas de los hipsters- disfrutan de la Semana Santa. Con sus calvinistas manos provistas de dedos con habilidad para contar el dinero, no sé porque, o sí lo sé, me los imagino más bien pergeñando una especie de aquelarre de corte pagano que festeje un black friday de los paraísos fiscales en países emergentes del tercer mundo.

 

Con nosotros venía Felipe, la pareja de Ana. No sé por medio de qué mecanismo, chat de wasap o mayestática telepatía telúrica, pero dado que Ana estaba embarcada en una extraña misión que le ocuparía el fin de semana en Sitges, junto a los que desde hacía dos meses constituían una ex pareja heterosexual que arrastraron dos últimos años de desavenencias y el desde también coincidente en el plazo de dos años, mejor amigo del varón integrante del extinto binomio, profundo homosexual no confeso de puertas a fuera, un mariconazo con todas las letras, el caso es que Felipe se acopló como ficha de Tetris a la comida que Elisa programó en su fin de semana ubicado en Mera y a nosotros nos tocó transportarle en el coche, junto a su intrascendente personalidad, a la que Luisa indicó “si te parece bien te acercas hasta nuestra zona para salir”, desde los aproximadamente tres kilómetros de distancia en que se encontraba su casa.Hacía cuatro años que Felipe convivía con Ana y él aportaba a la pareja su contribución de ser el sustituto del anterior novio de ella, un apósito que a todas luces parecía que empezaba a dejar de ser necesario y se había convertido ya en una postilla que estaba a punto de ser desprendida de la cicatrizada herida; cómo de otra manera podría ser interpretada la total ausencia de interés de Ana en compartir su tiempo libre con él además del profundo malestar e irritabilidad que ella mostraba con frecuencia cuando estaba a su lado.

El plan era sencillo; sus correligionarios de la secta del CrossFit, pseudo disciplina deportiva a la que dada la edad de todos, ensuciaban su lema de “forjando la élite del Fitness”, en repetitivas tablas de algo cercano a la gimnasia sueca que jubilados practican en sus paseos por la orilla de las playas de la zona de Benidorm, como decía, sus brothers de la mancuerna nos habían invitado a pasar la tarde en el fin de semana situado en las zonas periféricas y baratas de Oleiros. Como era de esperar, la reunión no precisaba de ningún requerimiento intelectual especial distinto del consumo acelerado de cerveza hasta un punto cercano a la borrachera o que por lo menos, supusiese un contacto físico con los camaradas que condujera a la confusión sentimental por medio de abrazos y carantoñas. Una vez que las bandejas dejaron de ofrecer comida que rebañar con las uñas, no obstante surfeando entre oleadas de cervezas y gin-tonics, alguien apareció haciendo eses con un juego de mesa, versión para bordelines del trivial pursuit. Una de las hembras de la jauría, aquella coincidente con la que permanecía con la facultad de articular palabra sin la yuxtaposición en un solo fonema de un conjunto indeterminado de sílabas, se erigió en portavoz y dispuso que dos grupos competirían, en alarde de visión de lucha de clases y en un giro argumental imprevisible, proponiendo una división en dos equipos en función del cromosoma predominante en la determinación del género de los individuos. A partir de ahí, ya hundidos todos en la dinámica endiablada del juego, cada beodo tuvo oportunidad de mostrar una amplia gama del catálogo disponible de las características y habilidades de por qué había sido convocado a semejante sobremesa de perdedores; con gestos y maneras entre lo procaz y lo pueril, desplegaron dibujos, mímicas, e insuficiencia de vocabulario, además de una falta de imaginación que, visto todo en su conjunto, mostraba un atisbo de interpretación plausible a cerca de la incapacidad de todos para dedicar un tiempo en paz y sosiego a interpretar las páginas de un libro desprovisto de ilustraciones.

A medida que el puente de cuatro días se consumía, crecía la frecuencia iterativa del carraspeo nervioso que anunciaba la invasión ansiosa de su preferencia por no volver a ocupar el asiento de su trabajo. Resulta curioso que la infantería de recursos humanos cuya calificación profesional atribuida por los convenios colectivos se encuentra en el extremo opuesto a la asignada para la élite empresarial, sintiese tal desapego por su empleo; cabría suponer que la dedicación de su tiempo libre estaba reservado para materias de elevada índole moral o intelectual pero no conseguí encontrar un rastro preciso de ellas en cualquier muestra aleatoria tomada a modo de comprobación: viajes en los que el toque cultural está representado por un listado de monumentos en los que arrastrar las chanclas como zombis para, en previsión de una hipotética charla insustancial futura poder decir, con aire de superioridad, yo estuve ahí. En el fondo, es posible que la desazón tuviese su origen en la certeza inconsciente de que la única utilidad por la que habiendo ya cumplido los cuarenta años el motivo de apariencia más probable en el que fundamentar sus miserables existencias es, en exclusiva, el de formar parte de una cadena de producción de bienes a modo de minúsculo eslabón, engrosando la nómina de una indiferente sociedad de responsabilidad limitada, para la producción y lanzamiento al mercado de versiones elaboradas y de dudosa mayor funcionalidad, de objetos que ya existían en la naturaleza pero que la invasión humana depredó y agotó, y todo ello con el fin último de que sujetos similares a ellos puedan consumirlos en similares desorientados viajes vacacionales o en vidas carentes de sentido como las suyas.

Con frecuencia atribuimos a aquellos cuya vida a discurrido en otros lugares, lejanos en la distancia y la cultura originaria, de una patente de exclusividad en cuya mentalidad surge una capacidad de juicio superior por cuanto está exenta de la subordinación a las normas provincianas que rigen nuestros paletos destinos. Obviamos en este razonamiento que, a pesar de la diferencia de paisaje y rasgos faciales de los humanos circundantes, la vida de estos exploradores que nos regalan su presencia cuando hacen un descanso entre sus misioneras conquistas, no puede distar mucho de lo que ocupa a cualquier otro humano con un nivel intelectual cuyo cociente intelectual deambule en torno al cien, y cuyas necesidades, o deseos, fisiológicos como el comer, dormir, cagar y follar, le permitan destinar su atención a eso tan precario que ocurre entre tanto y, por simplificación, todos hemos convenido en llamar la vida.

 

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He terminado de escuchar una entrevista que le han hecho en la radio a un famoso director de cine español. No me cabe duda de que el señor es un personaje la mar de interesante, por las contestaciones en las que ofrece mini relatos de pasajes de su vida y a pesar de unas preguntas que rayan el elogio baboso redactadas con la abundante mierda adherida a la lengua del periodista que a modo de pluma carga su marrón tinta en el culo del filmógrafo entre alabanzas. Glosa acerca de su voluntaria carencia de compañía, de no buscar caer en el victimismo, pese a dejar bien claro lo solo que se siente y lo insoportable que le resulta su dolor de espalda. Ambos, entrevistador y entrevistado, vedettes de la socialdemocracia, posos de un comunismo de escaparate, viven la ilusión de sentirse legitimados en el mérito. Parece que la valentía que la lectura de ensayos y novelas les infundió para dedicar su talento a las artes y a la farándula y les privó de un previsible destino como operarios de fábrica, es la imposible aspiración a la que la chusma alienada por otros productos de mayor potencial adictivo y de igual carácter cultural, aunque residual, deben aspirar si aplican la dedicación y esfuerzo como la que todo homosexual de pro debe desplegar en la jungla patriarcal del macho blanco. Conscientes de la vacuidad, aspiran a la eternidad trascendiendo a la genética, dejando como descendencia obras -menores- que justifican su grandeza en el dogma del premio; reconocimiento endogámico en que su propia industria celebra entre los fastos de la alfombra roja el boato de la liturgia del photocall. Es un arte menor porque desciende a la altura de lo popular, de lo que permite la empatía sin la intervención de la reflexión pausada, textos puros que requieren cierto esfuerzo, el de haber construido un andamiaje cultural por medio del esfuerzo, este sí en soledad, y los representa para disfrute del vulgo en filmes, que por medio del refuerzo del gesto del actor y de la música, que todo lo invade y es el pastor del inconsciente al que lleva hacia el punto emocional requerido. Y es esa industria de la incultura la semilla que ha desembocado en esta sociedad de la desatención, incapaz de abstraer el pensamiento, de condensar en conceptos el mensaje, que necesita wasaps de audio en los que autorepresentarse, cuya evolución natural supongo que será la transición al mensaje en vídeo, que auto editado ya se constituirá en la propia producción de uno mismo, capaz de pretender acaparar la atención de los otros en estúpida exclusiva y así, convocar a la especie en onanista reunión previa a una predecible y merecida extinción.

Después del transcurso de varios años conviviendo había descubierto la forma óptima de relacionarse con ella en el día a día: evitándola. Se había criado con el modelo de la ausencia por abandono, por ello ahora su madurez había fermentado un adulto inseguro en el que la coexistencia en armonía bajo un mismo techo consistía en una anomalía que necesitaba ser exterminada por medio de su adusto mal humor. Sirviéndose de portazos, suspiros y malos gestos, gestaba una auto profecía que como la fuerza de la gravedad la atraía: el sentimiento de culpabilidad por sentirse rechazada. Conociéndose a sí misma, había reconocido que su valor crecía en la distancia, que en silencio ganaba en interés; con la boca cerrada ocultaba su incultura y escasa perspicacia, lo que suponía su única posibilidad de resultar mínimamente interesante a los demás. Desde fuera, la comprensión de cómo alguien llega a desarrollar la personalidad de un animal acorralado, el principal sentimiento agradable que era capaz de infundir era la pena.

Por lo general, de niños nos sentimos queridos, incluso algunos crecemos en la creencia de que somos seres únicos en el mundo, que nuestra existencia es ajena al sufrimiento y que los demás sólo buscan amarnos. Basta un breve espacio de tiempo expuestos a un entorno distinto a nuestra familia inmediata en que las consecuencias de nuestros actos, la carga de la responsabilidad, la subordinación a una jerarquía en la que la cúspide de la pirámide se encuentre en el polo opuesto a nuestra precaria posición, para que todo el entramado de relaciones virtuosas que han venido constituyendo el andamiaje en que se sustenta nuestra pueril personalidad se venga abajo; a partir de ahí la vida es una sucesión de sinsabores empeñada en poner a prueba tu confianza y en enseñarte, y al final demostrarte, lo solo que estás, nada más que cuentas contigo mismo para zafarte y manejar los embrollos que con toda seguridad se irán presentando.

Igual que un padre abraza a su bebé, el adulto se aferra con brazos y piernas a su recuerdo de la infancia, aquellas líneas maestras, claras y rectas; en qué se convirtió el sinuoso y oscuro camino en el que consiste madurar.

Después de una semana con un poco de estrés laboral, inquietado por el posible resultado de numerosas pruebas médicas a las que no estaba acostumbrado, manejando el sentimiento que le producía la indiferencia de todos sus allegados, a esto sí que se había acostumbrado, sintió como toda la soledad caía sobre él, en medio de todas las personas que le rodeaban en el día a día, convertidas en mera gente, y un llanto surgió de lo más adentro, de las vísceras más escondidas de su envejecida anatomía, un llanto especular que latente yacía adormecido desde meses, desde años atrás, un sentimiento escondido al que se aferraba, una pena que se había constituido en el principal sentido y significado vital; ahora que la había exteriorizado su ánimo se encontraba vacío, no estaba seguro de cómo poder avanzar sin ese escollo que mover, sin intermediarios entre la felicidad y él. Se le hacía del todo imposible el acceso a una existencia apacible y pacífica; sin ninguna montaña inaccesible tras la que esconder la posibilidad de elegir en libertad, todos serían testigos de su inclinación natural hacia la melancolía.

Sirvan estas líneas como testimonio de mi paso por la vida; el surco dejado por mis uñas en el ataúd que representa ser adulto.

 

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En un futuro incierto e indefinido, la inteligencia artificial despojó de responsabilidades al individuo, que dueño así de todo su tiempo, se perdió en la imposible logística de buscar un sentido a la vida distinto a interesarse por lo ajeno, por aquello que precisamente no es él en sí mismo. Hay un momento en que cruzamos el umbral de la inocencia para iniciar un camino de regreso reflexivo en el que los paisajes cobran el siniestro sentido de la madurez; envejecer es ponerse las gafas para la presbicia, uno va acomodando, como puede, la interpretación a lo que la experiencia le muestra de la visión confusa del pasado. Entrado generosamente en la cincuentena se daba cuenta de que todavía no sabía quién era. Llevaba toda una vida aferrado a los valores que en su tiempo de infancia, la eucaristía de la televisión había consagrado, pero él siempre se encontró descolocado frente al vínculo al que por una tradición impuesta debía obedecer; una vez de vuelta de representar la función de cada día, a solas en la noche le tocaba lidiar con el guion que su yo inconsciente escribía en manifiesta rebelión con la función diurna, sin saber cuál de las dos versiones era la verdadera, intuía que la una era reacción de la otra y él siempre se sentía como el resultado expelido de una mala digestión de ambas.

Creemos que somos aquello que sentimos en la intimidad, lo que no somos capaces de transmitir, lo que no dice nuestro discurso, pero pasamos a la historia por aquello que los demás cuentan de nosotros; ellos son como el colador en el que se filtra nuestra esencia, los posos del café que a los ojos del que lo probó reconoce su impulso y lo enajenado y abstracto de su identidad. Nunca nada es tan bueno como el deseo de que lo será, ni siquiera ese eufemismo que pretendemos ser en sociedad, que en pueril representación cada uno, como un juego de manos, queremos enseñar.

 

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Por lo general, se había convertido en algo que podría ser expresado a través de una fórmula, el que la calidad de sus escritos era inversamente proporcional al nivel de felicidad experimentada en la semana; de la lectura de sus redacciones se podría concluir que escribía razonablemente bien.

Recuerdo la última vez que le vi, arrastraba como podía el resultado de estar en posesión de un descomunal talento, entre risas quitando importancia al honor y al prestigio, sus ojos azules dejaban entrever la tristeza con la que paga la compresión; su actitud un poco chulesca transmitía seguridad y ternura a partes iguales.

Recuerdo también lo bien que se entendía con los perros; se agachaba y pegando su nariz a sus hocicos, estos rompían a lamerle toda la cara como si de una chuche se tratara.

Acostumbrado a llegar antes de hora a los sitios, de niño pensaba que una vida por delante daba para mucho, aunque como más mayor empezó a entender, a pesar del cansancio y la sucesión reiterada de acontecimientos, el futuro es un bien escaso y de hecho, cada vez lo es más para uno mismo; para ese momento final se había propuesto llegar tarde, por vez primera y de viejo había decidido que esperasen por él.

Todo el mundo tiene el derecho a sentirse echado de menos por alguien, a sentir la alegría de llegar a casa, de reconocerse en familia, entre padres, hermanos e hijos, de sentir el vínculo de pertenencia, de experimentar la pureza de la amistad desinteresada, de sentirse escuchado y comprendido, de reencontrarse en una canción, en un libro. Todos necesitamos un abrazo, un suspiro, un cuenta conmigo.

Un amigo budista me dijo que venimos al mundo a sufrir; yo pienso que solo si sufres puedes amar porque eso significa la capacidad de poder sentir por y a través de los otros, dejar ese yo a un lado, ese es el precio.

A fin de cuentas, qué más será esta vida que los hijos que dejo, qué dará cuenta de mí, un puñado de canciones bonitas, el torrente de lágrimas en el final de la película de AI, mi mamá.

Lola, tú mereces la pena, a pesar de lo que la inseguridad te hace tambalear, eres alguien a quien te puedes aferrar.

 

Abundando en el concepto de puntualidad, hoy recibo el requerimiento de una administración pública en el que se me convoca en fecha, hora y lugar, para la realización de un trámite burocrático iniciado por un allegado que implica mi intervención. El caso es que la fecha de la cita no se adecuaba a mis intereses y llamé a un teléfono para proponer un cambio, cuestión a la que accedieron.

Ya en las dependencias oficiales y como siempre, habiendo llegado con quince minutos de antelación, después de otros treinta adicionales doy manifiesta muestra de mi incomodo por el retraso de la funcionaria. Yo podría haberme ido y volver en otro momento, concertando una nueva cita y advirtiendo de mi necesidad de ser atendido con una mínima diligencia de puntualidad, pero en mi decisión pesaban más los tres cuartos de hora invertidos y perdidos, a pesar del desconocimiento del tiempo que restaba de espera, que el solicitar la nueva cita, de la que tampoco tenía certeza del tiempo que me ocuparía.

La lección por extraer es que en ocasiones, la interpretación que damos al esfuerzo empleado en una tarea nos lleva a la adopción de elecciones que no necesariamente son óptimas, y que los argumentos subjetivos como en este caso el hecho de la pérdida de tiempo, pueden ejercer una ponderación inútil para nuestros intereses.

Mucha gente vive con la esperanza de que el sufrimiento y el conjunto de sinsabores que en definitiva supone su paso por el mundo adquiera algo similar a un estatus de significado o sentido, no para ellos mismos, pues no conciben la idea de que ese arduo trabajo de amasar la experiencia del alma todos los días pueda dar como resultado nada positivo, por lo que debe ser necesariamente en beneficio de un tercero, por lo general su propia descendencia y en otro momento posterior al coetáneo, en similar condición a lo que en el pasado los feligreses de cualquier religión atribuían a la vida después de la muerte, al cielo y al infierno, este último experimentado de manera anticipada en la vida, y no piensan que esa reencarnación o vida en el paraíso bien podría tratar de ser experimentada en esta actual, que al menos goza de la principal presunción de veracidad, estando las ulteriores a expensas de una incierta verificación, nadie conoce en primera persona a intermediarios del más allá que certifiquen y verifiquen la existencia de este.

No tengo claro cuál va antes, si la tradición o la vanguardia, quizá la primera es una versión consolidada de la segunda y está, una reacción contra la inercia acomodada de la otra. Antes del invento de la rueda ya existía está en su sentido figurado, todo es un ir y venir, la historia gira y en cada paso vuelve a imprimir el surco de su huella. El arte, como expresión del sentir de una época, es la señal que emana de esa hendidura en contacto con la sensibilidad del autor. Creo que la manifestación artística es aquella que es capaz de convocar la emoción y sensación original a partir de una representación, sea en el formato que sea. También pienso que la alteración del ánimo producida puede ser de cualquier tipo, dentro del espectro somático posible, aunque personalmente, mi preferencia se decanta claramente por el arte que suscita sensaciones bellas y amables.

 

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Quizá la diferencia entre las vocaciones literarias tempranas y tardías es que las primeras nos vienen un poco adheridas, son como impulsos que reaccionan al resorte de las confusas emociones de la adolescencia, como el champán de una agitada botella abierta. Sin embargo en las vocaciones tardías, es más el hartazgo el que fermenta y la imposibilidad por tiempo y capacidad de producir un cambio es el catalizador que metaboliza la transferencia de experiencia desde la despensa inaccesible a los demás que es la memoria a un papel, y así crear ese universo paralelo e imaginario en el que habitan los lectores, verdaderos exploradores que en sus viajes de placer acceden a esa metáfora que permite seguir adelante en la vida al autor literario.

Las élites intelectuales suelen reaccionar ante las tendencias populares desde el rechazo a lo vulgar. Pero toda esa creación emergente contiene la semilla que siembra y crece, como reacción también, a la imposición de las condiciones de vida que esa élite ha impuesto como reglas de juego. Es cuestión de tiempo que esa juventud crezca y se vaya incorporando a escalas superiores de la sociedad y, por capilaridad, incorpore esas referencias culturales de su generación a las nuevas cosechas, que a su vez incorporarán su condición evolutiva al espacio tiempo que les ha tocado en herencia.

Bruce Springsteen toca en Barcelona a sus 73 años. Los fans entrevistados a las afueras del concierto son provectos sujetos que juegan a ser jóvenes disfrazados de roqueros. A la misma hora en México DC, Rosalía consolida su reinado global sobre la música de la juventud latina. Ambas multitudes son ajenas a que su origen es el mismo, la necesidad animal de transmitir un sentimiento, principalmente el de soledad, la necesidad de compartirla, de preguntar si hay alguien más ahí afuera que sienta lo mismo, de sentirse comprendido, y que por medio de las música convocó en el mismo lugar los sentimientos de un colectivo, como precursor del principio de Rebus, predispuso a la humanidad en los albores de la historia escrita.

¿Cuánta soledad eres capaz de soportar? ¿Puedes escucharte en el silencio del alba, de buscar la respuesta que escondes tras la compañía? ¿Ves transparencia en el vacío? Desde luego que nos encontramos en los demás, y los otros son un atajo en el camino de la búsqueda de uno mismo, pero hay caminos que es necesario recorrer solos, sobre todo los caminos tristes, al contrario que la felicidad, que siempre es doble en compañía. Algunas veces descubrimos que la única solución es llorar, conocí a alguien que me recomendó la necesidad de descubrir en soledad qué cosas te entristecen. A partir de ahí puedes intuir lo que no quieres ser, lo que no puedes presenciar, lo que deseas evitar. Entonces quizá empieces a estar preparado para comenzar a compartir de verdad, a buscar proyectos con los otros, porque sabes que siempre puedes volver a esa persona que eres cuando no hay nadie más que tú, que en el fondo, es siempre.

En el budismo todo parte del conocimiento del verdadero motivo que nos trae a la vida: el sufrimiento. Como antídoto, la propuesta es la doma del ser fuente de todos los males, uno mismo. La propuesta parece sencilla, vaciar la mente por medio de la meditación. A través de ella se pretende recorrer el camino de la verdad, para lo que es necesario apartar el velo de la ignorancia, omnipresente en nuestro comportamiento y, en última instancia, lograr el desapego que permita una existencia en compasión. La belleza del proceso reside en la aceptación de su nihilismo intrínseco; a pesar de entender la vacuidad de la existencia se elige la interpretación de ser una parte más, eliminado el yo excluyente y diferenciador, aceptamos ser una parte accesoria del todo, cuya principal decisión reside en la aceptación pacífica de la respuesta en el amor, que lleva implícita la renuncia a la contraprestación.

Hay dos tipos de escritores. Los que hablan de sí mismos abiertamente y los que niegan tal circunstancia, en todo caso, el hilo conductor de los capítulos de las historias que cuentan es secundario. En una ficción de intriga lo que realmente resulta interesante no es quien es él asesino, cuestión que no deja de ser la pericia de un trilero para despistar al lector, lo que de verdad importa en una novela es lo mismo que eleva una poesía al nivel del arte: el orden exacto de la posición de cada palabra para reproducir el punto de vista del autor que, en la medida en que sea capaz de representar un sentimiento reconocible por la gran mayoría de los lectores y, a su vez, este tenga la capacidad de recrear en el interior de sus órganos la reacción fisiológica desencadenada originalmente por un hecho acontecido en el pasado de sus vidas, eso será lo que otorgará el carácter de obra maestra universal a la producción literaria, sobre todo y especialmente, si esa capacidad perdura con el paso del tiempo y de sus modas y costumbres.

De hecho, la poesía, al contrario que la novela, prescinde de ese hilo conductor para dedicar su texto al intento de producir lírica con capacidad evocadora de lo más bello y terrible, sin necesidad de contar explícitamente algo, que sin duda lo hace, pero de una manera más arbitraria e ininteligible, como la vida misma, que no requiere de nuestro permiso al respecto de a qué avatares nos va a ir enfrentando a lo largo de su curso; en las novelas nos reconforta que exista una linealidad que da un sentido a la obra, uniendo el principio al fin por un argumento que, al concluir permite entender el significado que pretende dejar o cada uno, en infantil aspiración, desea atribuir, pero la vida no tiene por qué ser así, más bien definitivamente no lo es, la vida es poesía, bella y cruda y en caso de tener un sentido subyacente lo más probable es que solo el creador lo conozca. En definitiva, la gran literatura expresa con palabras el sentimiento de soledad abordando la existencia, que cuanto mayor es, por suerte para los lectores y desgracia del autor, asegura una mejor producción escrita.

Escribir es enfrentarse a la muerte, es mirarle a los ojos directamente y sin ambages decirle que no le tememos, o que sí, de hecho terriblemente, al menos a sus consecuencias, como es dejar de amar a los que dejamos, por eso entregamos un testamento insignificante aunque perenne que los acompañe a pesar de nuestra ausencia ya definitiva.

Inicialmente, publicaba en un blog sus escritos con la esperanza de que fuesen leídos e incluso, como esas leyendas que corren acerca de algún músico famoso que fue descubierto por un productor tocando a capela en un parque público, algún editor descubriese lo que él mismo no entendía a caos idéese como una perla oculta. Con posterioridad decidió cancelar el blog para enviar a conocidos sus textos, que en cristiana resignación encajaban como podían los golpes recibidos a modo de wasap con interminables cadenas de “pulsar para continuar”. Ya en el ocaso comprendió que el motivo de escribir no residiría en absoluto en la aspiración de ser publicado y en la supuesta aceptación y adopción de su mundo interior por la sociedad; escribía para sí mismo, para expiar al adulto que ocupó al niño que fue, para hacer más llevadera su vida, para responder a las preguntas suscitadas por sus lecturas, pero desde luego, para reconciliar la transformación que el tiempo había operado en él con el inicio de todo, el de la persona que jugaba junto a su madre, ajeno al abismo que acechaba tras las paredes de la cocina.

Escribo por sentir la libertad de soltar el sentimiento de comprensión profunda de lo que le había llevado a comportarse de manera tan ignorante en el pasado, de sentir la libertad de amar un ideal inalcanzable pero no por ello igualmente deseable y perseguible.

Lo que para el camarero representaba un signo de dignidad, cantar lo platos fuera de carta indicando su precio con decimales, para él resultaba una ordinariez; haber estudiado en un colegio religioso sectario y vivir lo que para un humano es una multitud de años en el cogollo de una ciudad de provincias burguesa le había conducido a una existencia asexual y vegetariana, con aceptación, por motivos de estricta salud, de huevos y lácteos.

El diagnóstico de un cáncer de colon en apariencia incurable había precipitado una procesión de acontecimientos burocráticos y no médicos, como sería esperable, tendentes a regularizar los papeles de su convivencia en pareja, pues dado su carácter consumidor lo que podía dejarle en herencia solo revestía la forma de una renta constate perpetua sujeta a las alteraciones del IPC, lo que se viene llamando una pensión de viudedad. Además, a sus hijos les llegaría con la cantidad que percibirían de un seguro de vida que debería ser suficiente para cubrir sus estudios hasta el posgrado, si bien no les permitiría disfrutar de la vida de Peter Pan con la que los jóvenes de entonces por lo general fantaseaban, pero tal no era el caso de esos chicos, personas responsables y comedidas, de personalidad muy distinta a la del padre que en breve todo parecía indicar que les dejaría huérfanos.

Por otro lado, la previsible viuda había encajado mal la noticia, no encontraba fuerzas para trabajar y apostaba sus ganas de vivir a la improbable tarea de cuidar de su esposo enfermo, un futuro jugando a ser enfermera, pero ni el diagnóstico ni la evolución previsible basada en casos pretéritos hacían suponer tal posibilidad. Más le valdría que no olvidase sus obligaciones laborales pues pasado el estricto periodo de luto, el mundo no acostumbra a parar y esperar por nadie, así que mejor guardar las lágrimas de cocodrilo y hacer con su piel un bolso o unos zapatos que lucir en el entierro. Además, es altamente probable que en algún otro lugar se estaría amasando y horneando aquello de lo que da fe el refrán del muerto al hoyo y el vivo al bollo, como decía el replicante Nexus 6 “somos como lágrimas en la lluvia”.

En el último estadio de su enfermedad, en la fase previa a la agonía que precedería a la sedación, resultaba paradójico el retrato de alguien que había presumido de elegancia y sofisticación en varios ámbitos, sobre todo en aquellos que implican una visión narcisista de la personalidad, como ahora se reducía a un esqueleto recubierto de pellejos colgantes del que despojado de su ropa de firmas caras como única vestimenta tapando sus vergüenzas llevaba un pañal para adultos de sobrada holgura.

Desde su propio punto de vista y al divisar con un pensamiento confuso lo que en definitiva estaba llamado a ser su mortaja, se preguntaba si para eso también habría firmas de diseño, que a pesar de la indignidad de la circunstancia de no ser capaz de contener la escasa evacuación del suero y medicina que sus orificios, en todos los sentidos cavernarios, expelían, si también en el dinero y en el poder había clases y diferencias en cómo afrontar la muerte y su tránsito, o si todos, dependiendo de la antelación con la que llegase a ellos el conocimiento de la fatal noticia, a pesar del valor mostrado a lo largo de su vida, sentían el miedo a la incertidumbre de no saber que se siente al no volver a sentir nunca nada más.

En ese momento un pensamiento le vino a la mente “como ficción, anticipas el final”, le había dicho alguien cuya identidad ya no alcanzaba a recordar, dado la precariedad de la situación, pero sin duda debió de ser alguien importante para él, como intuitivamente supuso, sino a cuento de qué su inconsciente guardó para ese momento como última baza esa sentencia. Pues sí, se dijo, creo que toda mi vida he estado adelantando el final de una ficción y total para esto, no tengo claro que haya merecido la pena, o en caso de haberla merecido, creo que es altamente posible haberla aprovechado mejor.

 

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