El de ayer no soy yo.
Carecía de la capacidad de evaluar las situaciones más allá de lo que le podrían deparar sus propias expectativas; una cosa sí tenía clara, todas las restricciones y ensoñaciones místico religiosas que en torno al sexo y otras conductas consideradas pecaminosas se habían mitificado, no eran sino barreras con las que contener el libre acceso al poder bajo la premisa de restricciones que ilegítimamente secuestraban ese derecho al pueblo cuando, en realidad, las personas se podían dividir en dos tipos, aquellas que creían haber nacido con un derecho natural al placer y el resto. La realidad se reduce a una colección de hechos tangibles pero sujetos a interpretaciones alternativas, la verdad es una muestra probable, el gaussiatico tañido de la campana.
Tu conducta se deriva de tu padecimiento, el éxito es un padecimiento, tarde o temprano.
La propaganda esculpe la campana, la propaganda obedece a los que más desean, los que conducen el deseo de otros, los que aspiran a mandar.
Todos sufren de un padecimiento, todos tratan de olvidarlo dedicando su tiempo a algo, la familia, el trabajo, el deporte, lo que sea con no estar a solas con su padecimiento; en esto la propaganda ayuda.
Algunas propagandas se reúnen en torno a una burocracia específica, llamada rito; este tipo de propagandas da explicación a lo que no la tiene en un corpus que denominan religión. Los humanos pierden mucho tiempo buscando respuestas, pierden mucho tiempo tratando de aprovechar el tiempo. Escriben libros y dedican vidas enteras al estudio mientras otras especies comen, cagan, duermen y se reproducen.
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