El ateo.

No pretendamos hacer del mito una realidad, el fin de ese camino es la muerte de Dios y con ella entender que el libre albedrío es una ilusión, un mito; el universo de lo cuántico, el mito cuñado de los físicos. Los periodistas escriben las páginas de lo que será historia. Los medios de comunicación son empresas capitalistas. Su dirección obedece a un objetivo, construir un relato de poder. El verdadero poder es el que pasa desapercibido, como el depredador tras la hierva contra el viento; una persona educada en la tradición católica tiene un acceso muy limitado a narrar los hechos desde una perspectiva cultural diferente. Una lectura me recordó los días en que mi hermana y yo nos desplazamos a Asturias a pasar el fin de semana con mi padre. La familiaridad de dormir en una misma habitación, uno en un colchón en el suelo, las tardes en la sala de estar, la casa todavía caliente del sol del día pero empezando a refrescar, la luz de fuera filtrada entre las láminas de las persianas, la conversación de mi padre, reconfortante y comprensiva; creo que todos sentíamos algo parecido a un vínculo de pertenencia, al recuerdo de una familia, los padres e hijos que comparten la vida durante años, los de la niñez y juventud de unos, los de plenitud de la pareja. Por aquel entonces ya todos estábamos diseminados y algunos ya faltaban, pero el padre seguía ejerciendo de eje vertebrador en el que confluir; no anticipábamos la temprana vejez posterior, separadora y aislante; ya faltando ellos dos, además ahora uno de nosotros ya no estaba; hace mucho me preguntaba quién sería el primero, si acaso llegase a saberlo. De niños nos creemos especiales. En la adolescencia esperamos que a nuestra vida le espera un futuro especial. Como padres vemos que nuestros bebés son especiales. Más adelante imaginamos un futuro especial para ellos. Un día te sorprendes comprobando que nada es especial. Siempre nos quedará el cómplice silencio, podemos confiar en él para guardar en secreto lo embarazoso de nuestra existencia. El aspecto físico de la juventud nos crea la ilusión de ser acreedores de una vida bella. Cuando uno ha cumplido una suficiente edad ya ha sido testigo de la transformación que el tiempo opera en esos rostros y cuerpos, el peso de los años y el rastro de la experiencia nunca es neutro y dibuja un gesto inverso a la esperanza; sabe que al avanzar hacia el horizonte el destino es el punto de partida, la tierra es redonda. Quizá el paisaje haya cambiado, pero el lugar es el mismo; la vida crea necesidades y al ser cubiertas ganamos el derecho a volver a sentirlas una vez más. Por eso necesitamos los mitos más que ninguna otra cosa, por la esperanza que nos infunden, aunque solo sea la de aspirar a comprender esto que nos pasa a todos, la vida. 

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