Agua

 El fuego; su domesticación se considera un hito en la evolución humana, al ser aplicado a lo que va a ser ingerido cocina el alimento, eliminando parásitos y toxinas y aumentando su valor energético por una mejora en la facilidad de absorción de las proteínas y los hidratos de carbono. La acción combinada de ambos beneficios produjo una mejora de la salud y, a expensas de los depredadores, un aumento de la esperanza de vida. Como efecto colateral, y lo que en realidad resulta más interesante, el efecto del fuego sobre la preparación de los alimentos produjo un beneficio adicional sobre su digestión, lo que supuso un menor gasto energético empleado a tal fin y un incremento del tiempo libre empleable para otros menesteres, que unido a el mayor aprovechamiento de las propiedades nutritivas dispuso a un ser vivo en el ecosistema con una variante evolutiva decisiva, era él pero con más energía y más tiempo. 

Pero hay un último elemento que el fuego trajo consigo y que ha pasado desapercibido a los historiadores. Los antepasados que sentados ante los restos de la hoguera en la que reposaban la digestión, ahora gracias a la preparación de la comida por medio el calor, mucho más ligera, se encontraron con tiempo libre; tiempo en el que fijar su mirada alrededor e interpretar, extraer de forma sutil significados y formular a partir de ellos nuevas preguntas, cada vez más sofisticadas, escalando unas sobre otras y elevando la perspectiva de los postulados con los que inicialmente se cuestionaron al ver la imagen de su rostro reflejada en el arrollo cuando se disponían a beber. 

En esa hoguera en la que se agrupaban en la sobremesa, a los pies y sobre las brasas se alumbraba el nacimiento de la humanidad, los albores de la historia comenzaban a arañar la placenta en la que su madre la venía gestando desde la noche de los tiempos; la total oscuridad que esperaba a salir había encontrado la semilla desde la que nacer; el hollín pulverizado, resto del fuego, sobre el que en un principio un palo empezó a dibujar formas y figuras, que después fue impreso sobre las paredes de las grutas, el hollín, carbono negro fruto de la combustión, germen del que saldría la primera tinta, tinta negra, oscura como el interior descubierto por la consciencia de los primeros homínidos, una negritud imparable que gritaba salir de sus adentros, imposible de iluminar a pesar del conocimiento, creó por medio de la tinta un hilo conductor del saber, entrelazado signos convertidos en palabras que formaban mensajes; la tinta negra que invadió páginas blancas, como si estas fueran a iluminar la oscuridad de los otros; una fuerza imparable surgió de las cenizas del fuego; fue el ser humano que, descubierto a sí mismo, ya nunca más pudo parar, revertir ni dejar de  transformar el resultado desordenado, fluyendo en nuevas preguntas que liberan una mayor parcela de caos; un océano de tinta;  toda la oscuridad del universo se filtra a través de la consciencia de cada ser humano y como si de un colador se tratase, agitado por un añejo buscador de oro, sobre las páginas de los libros posa el negro de sus letras surgidas del interior buscando sentido, como las estrellas iluminan la oscuridad que las separa en el cosmos, tras cada una de ellas se esconde el reflejo del primate que se descubre en el arrollo; soy yo, ¿y ahora qué?

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