Raices.

Crear es dejar algo para la posteridad a partir de la descomposición decadente que es vivir. La persona cultural contemporánea es un viajero homérico que habita en una isla desierta de las marcas y pulsiones del dominio hipercapitoapocalíptco. Despojada del virtuosismo genial de la música clásica, el reggaeton presume sin complejos de mostrar sin filtros su explícito significado: la sociedad como pueblo autosometido y esclavo. La burguesía descubrió la cultura demasiado tarde sentada a una hoguera al brillo de las ascuas de las alas del Fénix. Atónitos descubrimos que la única salida que muestra el progreso es el retorno al origen prehistórico, reconocer que la ignorancia es la cima del saber y rendirse a la existencia instintual. Expuesto a tanta luz la ceguera lo explica todo. Discernir la esencia de cada ser, la vida es propaganda. La sabiduría es impasible, el universo usa el amor para perpetuarse. El ruido se aparta para producir su engaño en forma de melodía. Somos el scroll infinito de la voluntad. Algunos subliman tanto el objeto de sus deseos que para cuando lo alcanzan siempre les sabe a poco. Ante un exceso de capacidades sentía como la infinidad de alternativas factibles bloqueaba su valoración de expectativas por lo que la llegada de un suceso de consecuencias coercitivas le facilitó la reducción del campo de elección. No es cierto que vivamos en un mundo hiperconectado, se conecta aquello que es distinto para en su diferencia complementar y fomentar lo que nos ha traído hasta aquí, la diversidad. La supuesta hiperconexion es en realidad un mecanismo de uniformidad que siembra la semilla de humanos transgénicos a los que adocenar y someter. La sociedad actual es un gran almacén de energía humana a disposición del poder, una pila, una batería con dedos en las manos que utilizar en grandes almacenes logísticos desde los que enviar productos fabricados en el otro extremo del planeta. Un lugar en el que esa élite social manipulada usa el resto del mundo, su naturaleza y personas,  como basurero y se sorprende que regrese como un boomerang en forma de cambio climático y desesperados migrantes. Se necesita el error para el progreso, en lo infalible está la muerte. Si la voluntad de la vida es inmortal, es infalible en esa manera, por eso recrea la muerte infinita de sus habitantes, para delimitar la posibilidad de error a la extinción de una especie y sus cohabitantes. Contra la angustia existencial debemos entender y conformarnos con ser meros sensores de la voluntad de la vida. Solo la capacidad de amar y comprender, su corriente por medio del arte y la amistad nos reconforta en la oscuridad de la indiferencia. Somos las mitocondrias de la voluntad de la vida. Si somos la batería en que la vida almacena su energía entonces todo en lo que se expresa nuestra interrelación, lo que es la cultura, es la liberación de esa energía, la transformación de procesos bioquímicos en producción intelectual susceptible de ser codificada mediante el lenguaje y la simbología mitológica del arte y así ser transmitida a versiones futuras de la voluntad de la vida. El amor es la necesidad humana de intelectualización de la simbiosis como sentido a su existencia subordinada al devenir de la evolución. La vida sabe del peligro de la endogamia por ello la liberación de energía requiere excentricidad. La vida siempre huye hacia delante para llegar al mismo sitio. La muerte nos retorna al origen de la vida. La realidad es aquello en que alcanzamos un consenso frente a las opiniones; la realidad no es necesariamente verdad. La verdad es subjetiva porque depende de la moral de un tiempo. La realidad siempre es fría, como el espacio sideral. El antílope es un alimento del leon, esta es una realidad que es una verdad que ambos animales desconocen. El bien y el mal son reales, la moral debe tender y hacer entender el bien, el amor. El amor y la compasión debe ser el motor de la historia. El mal siempre es una simplificación del bien. El amor cuesta trabajo pero siempre compensa. 

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