Limonete.
Todos vivimos como si nada pasase cuando en realidad no es así; la idea que subyace es que moriremos, que nada podemos hacer contra eso y que por más que nos aferremos al presente ignorando lo que pasará, el destino es inexorable, seremos naturaleza muerta, la total oscuridad.
Y a pesar de ello, de enfrentarnos a esa asesina invisible que es la vida, fingimos como que eso no va con nosotros, que la muerte solo atañe a los demás.
Es la certeza de este pensamiento, su conocimiento, lo que eufemísticamente denominan como la llegada del uso de razón a un niño.
Saber que lejos de ser especial, no eres más que otro a mayores, ni mejor ni peor, ni siquiera distinto.
Entender lo precario de esta realidad, al menos puede suponer un inicio, si bien, desde luego implica el final de la inocencia, también supone el clavo ardiendo al que agarrarse; esto es todo lo que tenemos, tomemos en serio estas cosas tan inservibles del amor y la cultura.
Nada importa y, precisamente por ello y lo que en definitiva está en la esencia de su belleza, todo importa.
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